“Felipe González quiere rescatar él solo a España, pero no le dejan…”
Matías Vallés.
Todos los presidentes del Gobierno han disfrutado de vacaciones en Baleares, incluido Leopoldo Calvo Sotelo. El yate 'Azor' de Franco fue reciclado por Felipe González para navegar en aguas de Mallorca. Tal vez quería enviar un mensaje sobre la idiosincrasia política de las islas. José María Aznar decidió en Menorca la identidad de su sucesor, aunque sería injusto culpar a la isla mejor preservada del Mediterráneo del resultado de las cavilaciones aznaristas. Su navegación a bordo de un humilde y típico 'llaüt' -los yates vendrían después– permitió comprobar que Aznar no sabía nadar, sin duda una aportación capital para cualquier perfil biográfico del hoy consejero de Rupert Murdoch. Editor que atracó el año pasado en Mallorca, viva la polisemia.
González se refugió en el chalet fortaleza del arquitecto Pedro Nicolau -cuyo aeropuerto de Palma de Mallorca han sufrido la mayoría de ustedes–, pescó en Andratx en compañía del Cristino que adquiriría fama efímera y lanzó su ira contra Pedro J. Ramírez, también veraneante aunque en la costa opuesta. Se hizo célebre la fotografía en la que el socialista blandía El Mundopor considerarlo causante de sus desgracias. Sus visitas se han espaciado, pero Mallorca ha sido frecuentada por amigos personales como su secretaria personal Pilar Navarro, su vicepresidente Narcís Serra, Cristina Macaya, la Elena Benarroch que lo proclama "artesano y a veces artista", Miguel Boséy tantos otros.
En su viaje más reciente, González recogió piedras mallorquinas para sus famosos trabajos de artesanía. Hasta en la elección de pareja jugó Mallorca un papel significativo, porque Mar García Vaquero le fue presentada al expresidente por su amigo Luis García Cereceda, constructor andaluz y clásico del verano mallorquín, hasta el punto de que disfrutaba de yate y casa en la isla. Ya fallecido, también formaba parte del círculo íntimo felipista. En fin, el líder que arrancó al PSOE del marxismo prefería a Mallorca para sus encuentros internacionales –empezando por Gadafi– y elogiaba sin tasa una isla donde sólo le preocupaba la actividad incesante de los 'paparazzi'.
Tras abandonar junto a su asesor internacional José Pons, hermano de Félix Pons, una cumbre celebrada en Corfú, el mallorquín le elogiaba la isla griega. A lo cual González, espetó: "Sí, pero Mallorca es mucho más bella". Su visita más reciente a la isla coincidió con un mitin electoral en solitario en el que se centró en sus batallitas europeas, tal vez algo distante de la realidad.
El amplio y documentado preámbulo tiene por objeto avalar la síntesis sobre el estado anímico actual de González, transmitido en Mallorca por sus íntimos. Los sondeados coinciden en que "Felipe quiere ayudar, pero no le dejan". El expresidente considera que España vive un momento crítico, a la altura de su ambición política, y se declara dispuesto a participar en el encarrilamiento de la situación. La historia decidirá si se trata de otro delirio de jubilado un poco cansado de pulir piedras, como las ansias de Tony Blair por recuperar un papel rutilante en el panorama político internacional, o si la vieja guardia de la política nacional posee algún don para gestionar el naufragio colectivo.
Las ansias de González por rescatar a España conducen a la inevitable comparación de su generación con los actuales gobernantes de Europa, nacidos todos ellos después de la Segunda Guerra Mundial. Es muy fácil decir que Kohl, Helmut Schmidt, Giscard o el propio González -por citar únicamente a los que han descansado en Mallorca-, superan en estatura política a Cameron, Merkel u Hollande, eximimos a Rajoy por motivos obvios. En realidad, España y el mundo se enfrentan a una situación sin precedentes, donde el artista de los bonsáis migrado del reino vegetal al mineral piensa que puede encontrar un cauce para su hiperactividad
“Felipe González quiere rescatar él solo a España, pero no le dejan…”
Matías Vallés.
Todos los presidentes del Gobierno han disfrutado de vacaciones en Baleares, incluido Leopoldo Calvo Sotelo. El yate 'Azor' de Franco fue reciclado por Felipe González para navegar en aguas de Mallorca. Tal vez quería enviar un mensaje sobre la idiosincrasia política de las islas. José María Aznar decidió en Menorca la identidad de su sucesor, aunque sería injusto culpar a la isla mejor preservada del Mediterráneo del resultado de las cavilaciones aznaristas. Su navegación a bordo de un humilde y típico 'llaüt' -los yates vendrían después– permitió comprobar que Aznar no sabía nadar, sin duda una aportación capital para cualquier perfil biográfico del hoy consejero de Rupert Murdoch. Editor que atracó el año pasado en Mallorca, viva la polisemia.
González se refugió en el chalet fortaleza del arquitecto Pedro Nicolau -cuyo aeropuerto de Palma de Mallorca han sufrido la mayoría de ustedes–, pescó en Andratx en compañía del Cristino que adquiriría fama efímera y lanzó su ira contra Pedro J. Ramírez, también veraneante aunque en la costa opuesta. Se hizo célebre la fotografía en la que el socialista blandía El Mundopor considerarlo causante de sus desgracias. Sus visitas se han espaciado, pero Mallorca ha sido frecuentada por amigos personales como su secretaria personal Pilar Navarro, su vicepresidente Narcís Serra, Cristina Macaya, la Elena Benarroch que lo proclama "artesano y a veces artista", Miguel Boséy tantos otros.
En su viaje más reciente, González recogió piedras mallorquinas para sus famosos trabajos de artesanía. Hasta en la elección de pareja jugó Mallorca un papel significativo, porque Mar García Vaquero le fue presentada al expresidente por su amigo Luis García Cereceda, constructor andaluz y clásico del verano mallorquín, hasta el punto de que disfrutaba de yate y casa en la isla. Ya fallecido, también formaba parte del círculo íntimo felipista. En fin, el líder que arrancó al PSOE del marxismo prefería a Mallorca para sus encuentros internacionales –empezando por Gadafi– y elogiaba sin tasa una isla donde sólo le preocupaba la actividad incesante de los 'paparazzi'.
Tras abandonar junto a su asesor internacional José Pons, hermano de Félix Pons, una cumbre celebrada en Corfú, el mallorquín le elogiaba la isla griega. A lo cual González, espetó: "Sí, pero Mallorca es mucho más bella". Su visita más reciente a la isla coincidió con un mitin electoral en solitario en el que se centró en sus batallitas europeas, tal vez algo distante de la realidad.
El amplio y documentado preámbulo tiene por objeto avalar la síntesis sobre el estado anímico actual de González, transmitido en Mallorca por sus íntimos. Los sondeados coinciden en que "Felipe quiere ayudar, pero no le dejan". El expresidente considera que España vive un momento crítico, a la altura de su ambición política, y se declara dispuesto a participar en el encarrilamiento de la situación. La historia decidirá si se trata de otro delirio de jubilado un poco cansado de pulir piedras, como las ansias de Tony Blair por recuperar un papel rutilante en el panorama político internacional, o si la vieja guardia de la política nacional posee algún don para gestionar el naufragio colectivo.
Las ansias de González por rescatar a España conducen a la inevitable comparación de su generación con los actuales gobernantes de Europa, nacidos todos ellos después de la Segunda Guerra Mundial. Es muy fácil decir que Kohl, Helmut Schmidt, Giscard o el propio González -por citar únicamente a los que han descansado en Mallorca-, superan en estatura política a Cameron, Merkel u Hollande, eximimos a Rajoy por motivos obvios. En realidad, España y el mundo se enfrentan a una situación sin precedentes, donde el artista de los bonsáis migrado del reino vegetal al mineral piensa que puede encontrar un cauce para su hiperactividad
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