El Pensador
«El camino por el cual la ciencia llega a sus ideas es enteramente diferente del de la teología medieval. La experiencia ha mostrado que es peligroso partir de principios generales y proceder deductivamente, por los principios puedes ser falsos y porque el razonamiento basado en ellos puede ser falaz. La ciencia parte no de amplias presunciones, si no de los hechos particulares descubiertos por la observación o el experimento. De un cierto número de tales hechos se llega a una regla general, de la cual, si es cierta, los hechos en cuestión son otros tantos casos. Esta regla no se afirma positivamente, pero se acepta al empezar como una hipótesis de trabajo. Si es correcta, ciertos fenómenos no observados hasta entonces tendrán lugar en ciertas circunstancias. Si se encuentra que se producen, la hipótesis se confirma; si no, debe ser descartada y hay que idear una nueva. Establecer que muchos hechos se ajustan a la hipótesis no la hace cierta, aún cuando al final no pueda llegar a ser pensada como probable en alto grado; en este caso es llamada una teoría más que una hipótesis. Un cierto número de teorías diferentes, cada una construida directamente sobre hechos, puede llegar a ser la base de una hipótesis nueva y más general de la cual, si es verdadera, las demás infieren. A este proceso de generalización no se le puede poner límite.
Mientras que en el pensamiento medieval los principios más generales eran el punto de partida, en la ciencia constituyen la última conclusión —es decir, última en un momento dado, aunque expuesta a convertirse en un caso de una ley aun más amplia en una etapa posterior.
El credo religioso difiere de la teoría científica porque pretende encarnar una verdad eterna y absolutamente cierta, mientras que la ciencia es siempre provisional, esperando que tarde o temprano haya necesidad de modificar sus teorías presentes, consciente de que su método es lógicamente incapaz de llegar a una demostración completa y final. Pero en una ciencia avanzada, los cambios requeridos son generalmente sólo aquellos que sirven para proporcionar mayor exactitud; las viejas teorías conservan su utilidad mientras se trate de aproximaciones toscas, pero fallan cuando se hacen posibles algunas nuevas observaciones minuciosas. Además, las invenciones técnicas sugeridas por las viejas teorías quedan como prueba de que han tenido hasta cierto punto una especie de verdad práctica. La ciencia favorece así el abandono de la investigación de la verdad absoluta, y la sustitución de ella por lo que puede llamarse verdad “técnica”, categoría de verdad que corresponde a toda teoría que pueda emplearse con éxito en invenciones y en la predicción del futuro. La verdad “técnica” es una cuestión de grado; un teoría de la que brotan más invenciones y predicciones de éxito, es más verdadera que la que da origen a menos. El “conocimiento” deja de ser un espejo intelectual del universo y llega a convertirse en mera herramienta práctica en la manipulación de la materia. Estas implicaciones del método científico no eran visibles a los pioneros de la ciencia, que aunque practicaban un nuevo método de buscar la verdad, aun concebían la verdad misma tan absoluta como sus oponentes teológicos.
Existe una diferencia importante entre concepción medieval y la de la ciencia moderna en lo que respecta a la autoridad. Para los escolásticos, la Biblia, los dogmas de la fe católica y (casi igualmente) las enseñanzas de Aristóteles estaban fuera de toda duda; el pensamiento original, y aun la investigación de los hechos, no deben sobrepasar las fronteras inmutables asignadas a la audacia especulativa. Si hay pueblos en los antípodas, si Júpiter tiene satélites, y si los cuerpos caen a una velocidad proporcional a su masa, eran cuestiones que había que decidir no por la observación, sino por la deducción de Aristóteles o las Escrituras. En conflicto entre teología y la ciencia venía a ser un conflicto entre la autoridad y la observación. Los hombres de ciencia no piden que las proposiciones sean creídas porque alguna autoridad importante ha dicho que son verdaderas; al contrario, apelan, a la prueba de los sentidos y sostienen tales doctrinas cuando creen que están basadas en hechos patentes a todos los que hacen las observaciones necesarias. El nuevo método logró inmenso éxito, tanto teórico como práctico, hasta el punto de forzar gradualmente a la teología a acomodarse a la ciencia. Los pasajes inconvenientes de la Biblia fueron interpretados en forma alegórica o figurada; los protestantes transfirieron el asiento de la autoridad en la religión, primero, de la iglesia y de la Biblia sólo a la Biblia y luego al alma individual. Se llegó a reconocer poco a poco que la vida religiosa no depende de declaraciones respecto a cuestiones de hecho, por ejemplo, la existencia histórica de Adán y Eva. De este modo la religión, rindiendo las avanzadas, trataba de preservar intacta la ciudadela —queda por ver si con éxito».
Religión y ciencia (1934)
[Extracto del libro escrito por Bertrand Russell]
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