Cuándo estallarán las calles?
crisis económica, Unión Europea, paro, revueltas
@Aurora Mínguez. Berlín - 07/05/2009 06:00h
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Tarde o temprano, en Europa habrá una crisis social. Inevitable y dramática. Lo piensan y temen la mayoría de los gobiernos de la UE, aunque callan. Lo ha dicho, serena pero claramente, Jean Claude Juncker, primer ministro de Luxemburgo, presidente del Eurogrupo y una de las cabezas más lúcidas del panorama europeo: "La recesión va a llevar a los ciudadanos a unos niveles de desesperación desconocidos. Habrá una crisis de empleo en toda Europa y una fuerte inestabilidad social”. Juncker pronunciaba estas palabras este lunes ante sus compañeros del Ecofin (ministros de finanzas de la UE), quienes se aferran desesperados a esas tímidas señales de relanzamiento que se apuntan, si todo va bien, para principios del 2010 y no para todos los países de la Unión.
Y, entretanto, ¿qué? ¿Saldrán los ciudadanos masivamente a la calle a asaltar la Bastilla? ¿Empezarán los asaltos a tiendas y supermercados cuando a la gente se les acaben las ayudas para el desempleo? ¿Se copiará en otros países el modelo francés de secuestrar a los empresarios para forzarles a pagar salarios atrasados o a no firmar EREs? ¿Hasta qué punto Gobiernos como el español pueden confiar en el apoyo de las familias y los amigos como sucursales alternativas y/o complementarias de las Oficinas de Empleo? El potencial de violencia, de frustración y de desesperanza ciega existe, y se ha visto, por ejemplo, aquí en Berlín el pasado 1 de mayo con las peores y más brutales manifestaciones a las que ha tenido que hacer frente una policía habituada año tras año a este tipo de altercados.
Las elecciones europeas, unas primarias para los gobiernos de la UE
En este clima preapocalíptico los líderes europeos tampoco atraviesan sus momentos mejores. Sarkozy celebraba ayer sus dos años en el Elíseo con un balance mediano: dos de cada tres franceses se muestra decepcionado con él. Entre el 60 y el 80% de los ciudadanos creen que el presidente francés es dinámico, valiente y que toma iniciativas, pero casi esa misma proporción de personas opina que no escucha, que no está en contacto con la calle y que no cumple lo que promete. Gordon Brown en Gran Bretaña es un cadáver andante a quien le tienen preparado ya el entierro tras las elecciones locales y europeas previstas para el 4 de junio, que para él serán la puntilla. Aquí en Alemania la Gran Coalición -a cuatro meses de las elecciones generales- asimila y torea como puede el crecimiento negativo del 6% que va a tener la economía germana a lo largo de este año y oculta las cifras de paro reales (en torno al 9%) aplicando de una manera extensiva la reducción de la jornada laboral. Italia vive al margen de la realidad, al parecer, interesada sobre todo por el divorcio de un patético viejo verde.
Las elecciones al Parlamento Europeo van a ser una muestra palpable de la profunda desconfianza de los ciudadanos en sus políticos y en las instituciones europeas. Pero, más allá de la previsible altísima abstención, está la terrible sensación entre los ciudadanos de que ningún político tiene claro cómo salir de ésta. Peor aún, ¿qué van a hacer los políticos europeos con esos 8,5 millones de parados que va haber en nuestro continente? ¿Qué alternativas existen sobre la mesa? Aquí, en Alemania, el sociólogo Klaus Dörre advierte en el semanario Die Zeit: “El umbral de la violencia está descendiendo... La rabia está ahí. Lo que ocurre es que todavía no ha encontrado una salida”.
Ningún político europeo, a excepción de Jean Claude Juncker, ha tenido la vergüenza torera de llamar a las cosas por su nombre. Habría que admitir que hemos creado y aceptado casi como irremediable una sociedad en la que había sólo vencedores y vencidos. Toda la vida estaba orientada a la ganancia, no importaba a qué precio. A los jóvenes se les ha condenado a tener, en el mejor de los casos, sólo empleos precarios. Las clases medias temen por su supervivencia más que nunca. El malestar está generando no sólo el descrédito de la clase política sino populismos y aumento de los extremismos. También del antisemitismo, reflejado en España con el último insulto al embajador israelí en el Bernabéu: “perro judío”.
La pregunta, ahora, es, simplemente, cuándo estallarán las calles en Europa.
crisis económica, Unión Europea, paro, revueltas
@Aurora Mínguez. Berlín - 07/05/2009 06:00h
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Tarde o temprano, en Europa habrá una crisis social. Inevitable y dramática. Lo piensan y temen la mayoría de los gobiernos de la UE, aunque callan. Lo ha dicho, serena pero claramente, Jean Claude Juncker, primer ministro de Luxemburgo, presidente del Eurogrupo y una de las cabezas más lúcidas del panorama europeo: "La recesión va a llevar a los ciudadanos a unos niveles de desesperación desconocidos. Habrá una crisis de empleo en toda Europa y una fuerte inestabilidad social”. Juncker pronunciaba estas palabras este lunes ante sus compañeros del Ecofin (ministros de finanzas de la UE), quienes se aferran desesperados a esas tímidas señales de relanzamiento que se apuntan, si todo va bien, para principios del 2010 y no para todos los países de la Unión.
Y, entretanto, ¿qué? ¿Saldrán los ciudadanos masivamente a la calle a asaltar la Bastilla? ¿Empezarán los asaltos a tiendas y supermercados cuando a la gente se les acaben las ayudas para el desempleo? ¿Se copiará en otros países el modelo francés de secuestrar a los empresarios para forzarles a pagar salarios atrasados o a no firmar EREs? ¿Hasta qué punto Gobiernos como el español pueden confiar en el apoyo de las familias y los amigos como sucursales alternativas y/o complementarias de las Oficinas de Empleo? El potencial de violencia, de frustración y de desesperanza ciega existe, y se ha visto, por ejemplo, aquí en Berlín el pasado 1 de mayo con las peores y más brutales manifestaciones a las que ha tenido que hacer frente una policía habituada año tras año a este tipo de altercados.
Las elecciones europeas, unas primarias para los gobiernos de la UE
En este clima preapocalíptico los líderes europeos tampoco atraviesan sus momentos mejores. Sarkozy celebraba ayer sus dos años en el Elíseo con un balance mediano: dos de cada tres franceses se muestra decepcionado con él. Entre el 60 y el 80% de los ciudadanos creen que el presidente francés es dinámico, valiente y que toma iniciativas, pero casi esa misma proporción de personas opina que no escucha, que no está en contacto con la calle y que no cumple lo que promete. Gordon Brown en Gran Bretaña es un cadáver andante a quien le tienen preparado ya el entierro tras las elecciones locales y europeas previstas para el 4 de junio, que para él serán la puntilla. Aquí en Alemania la Gran Coalición -a cuatro meses de las elecciones generales- asimila y torea como puede el crecimiento negativo del 6% que va a tener la economía germana a lo largo de este año y oculta las cifras de paro reales (en torno al 9%) aplicando de una manera extensiva la reducción de la jornada laboral. Italia vive al margen de la realidad, al parecer, interesada sobre todo por el divorcio de un patético viejo verde.
Las elecciones al Parlamento Europeo van a ser una muestra palpable de la profunda desconfianza de los ciudadanos en sus políticos y en las instituciones europeas. Pero, más allá de la previsible altísima abstención, está la terrible sensación entre los ciudadanos de que ningún político tiene claro cómo salir de ésta. Peor aún, ¿qué van a hacer los políticos europeos con esos 8,5 millones de parados que va haber en nuestro continente? ¿Qué alternativas existen sobre la mesa? Aquí, en Alemania, el sociólogo Klaus Dörre advierte en el semanario Die Zeit: “El umbral de la violencia está descendiendo... La rabia está ahí. Lo que ocurre es que todavía no ha encontrado una salida”.
Ningún político europeo, a excepción de Jean Claude Juncker, ha tenido la vergüenza torera de llamar a las cosas por su nombre. Habría que admitir que hemos creado y aceptado casi como irremediable una sociedad en la que había sólo vencedores y vencidos. Toda la vida estaba orientada a la ganancia, no importaba a qué precio. A los jóvenes se les ha condenado a tener, en el mejor de los casos, sólo empleos precarios. Las clases medias temen por su supervivencia más que nunca. El malestar está generando no sólo el descrédito de la clase política sino populismos y aumento de los extremismos. También del antisemitismo, reflejado en España con el último insulto al embajador israelí en el Bernabéu: “perro judío”.
La pregunta, ahora, es, simplemente, cuándo estallarán las calles en Europa.
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