Desde los tiempos inmediatamente posteriores a Adam Smith, cuando nuestra ciencia se empieza a impartir en las universidades anglosajonas y francesas, se puede decir que la economía comienza a configurarse como una ciencia elaborada “por los ricos y para los ricos”. Con alguna excepción, especialmente en los años centrales del siglo XX (caso de New Deal y la política económica keynesiana), se puede afirmar que la elaboración de la mayor parte de las teorías económicas han nacido en las universidades de élite –pertenecientes a los círculos sociales más ricos de los países ricos- y se han proyectado sobre las condiciones de vida de esos mismos círculos de riqueza. De tal modo que en la época actual, la mayor parte de los textos de la economía ortodoxa apenas hacen alusión a la problemática de los más desfavorecidos y, cuando lo hacen, se plantea como una variable exógena al correspondiente modelo económico y con una cierta dosis de “compasión”, pero no como el objeto principal de la Economía como ciencia. Es como si en las facultades de Medicina los enfermos no fueran el objetivo central de la investigación. Prensa económica sesgada No es de extrañar, por consiguiente, que la prensa económica especializada o las secciones de economía en los periódicos ordinarios o en los telediarios sólo ofrezcan las novedades relativas a la Bolsa, los tipos de interés o las fusiones bancarias, a pesar de que estas y otras noticias similares sólo vienen a afectar y a interesar a menos de un tercio de la población mundial. Lógicamente, esta proyección de la Economía ortodoxa sobre las capas privilegiadas de la población a nivel planetario, no está explicitada como tal en los libros de texto, ni probablemente los estudiantes de cualquier facultad de Economía hayan tenido la oportunidad de reflexionar sobre esta distorsión científica, por lo que no es del todo sorpresivo que no se hayan parado nunca a pensar cuál es el verdadero objeto de nuestra ciencia. En su principal obra “Principios de Economía”, el gran Alfred Marshall venía a señalar que el objetivo esencial de la Ciencia Económica consistía en incrementar el bienestar material de la humanidad y lo decía en 1890 con estas palabras: “la Economía es el estudio de la humanidad en los asuntos ordinarios de la vida; y analiza la parte de la acción individual y social que está más conectada con el logro y el uso de los requisitos materiales del bienestar”. Recordando a Victor Hugo Sin embargo, pese a que Marshall, catedrático en la universidad de Cambridge, hace alusión a la humanidad, sus contribuciones teóricas no tomaban en consideración aquella parte de la misma que vivía en la miseria material más extrema, probablemente porque la realidad económica que observaba Marshall, y los economistas anteriores a él, se limitaba a Inglaterra y su área de influencia económica y política. Anteriormente a Marshall, la mainstream del pensamiento económico encarnado en el utilitarismo de Bentham y J.Stuart Mill, tomaron el mercado como pilar fundamental de la arquitectura teórica económica, con lo que las desigualdades sociales se constituían en una norma general que la Ciencia Económica no era capaz de combatir. Este fenómeno era captado incluso por intelectuales de la época que nada tenían que ver con el cientificismo económico. Tal es el caso, por ejemplo, de Victor Hugo cuando en 1862, en su obra Los Miserables, escribe con crudeza: “Inglaterra produce admirablemente la riqueza, pero la distribuye mal; y esta solución, que sólo es completa por un lado, la lleva fatalmente a estos dos extremos: opulencia monstruosa, miseria monstruosa; todos los goces para algunos, todas la privaciones para los demás, es decir, para el pueblo”. Vuelta al antiguo régimen Situados en nuestro tiempo, en un artículo de finales de 2002, Paul Krugman, realiza un análisis de cómo las desigualdades de renta se están acentuando en los Estados Unidos y en otros países occidentales desde la década de los setenta del siglo pasado. Según sus palabras, estamos volviendo a “la realeza del antiguo régimen”, es decir, a una plutocracia en el que las crecientes fortunas de unos pocos compran voluntades, financian campañas electorales y terminan por imponer sus intereses particulares en las políticas impositivas y en las grandes decisiones gubernamentales de carácter económico e incluso político. No obstante, lo que no señala Krugman es que las crecientes desigualdades no sólo se fundamentan en la plutocracia norteamericana, sino que encuentra sus raíces en una Ciencia Económica que, al igual que en el siglo XIX, se sigue elaborando principalmente en las universidades “de prestigio” anglosajonas que se olvidan en gran medida de los sectores sociales menos favorecidos. En definitiva, siglo y medio después, seguimos bajo el esquema de una Economía elaborada “por los ricos y para los ricos”.
Redactado por Joaquin Guzman
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