1 feb 2008

La clave de un histórico del periodismo.


Polvo somos
Lo peor no es que elijan al menos malo, sino que sus votos no se puedan traducir en escaños parlamentarios vacíos

Última actualización 31/01/2008@17:34:12 GMT+1

Salvo a sus respectivos grupos de entusiastas y prácticamente militantes, los candidatos para las próximas elecciones generales deben resignarse a ser elegidos, si lo son, como los menos malos posibles. Los que deciden por quién seremos gobernados —el porcentaje de votantes, pequeño o grande, que inclinará el fiel de la balanza— no por casualidad están indecisos.
Es la guerra del baratillo, de la desconfianza, de la charlatanería: “Además del peine y del cepillo de dientes que te vendo por dos miserables patacones, te regalo una entrada para el mercadillo de las baratijas y, por si fuera poco, un crecepelo probado y debidamente contrastado por los científicos de la familia.... de toda nuestra confianza”. Eso es lo que provoca no sólo desconfianza, sino también decepción, cabreo. Lo peor es no que elijan al menos malo, sino que sus votos no se puedan traducir en escaños parlamentarios vacíos y, por lo tanto, verdaderamente baratos. Entonces sí sabrían los elegibles lo que de verdad vale un peine... en el mercado que los franceses llaman de las pulgas. Pero ¡quiá!, ¡no caerá esa breva! Ese gambito reglamentario no piensan jugarlo.
Fuera por casualidad o no, el actual Gobierno se benefició de la tragedia de la masacre de los trenes de cercanías, y se ha pasado la legislatura, erre que erre, diciendo a los peperos que “ahí les duele”. Fuera por creencia en las armas de destrucción masiva o por mimetismo petulante con el Imperio, la oposición actual ya debería saber lo que les ha costado aquella toma de posición, pero sólo se bajan del burro, si se bajan, con la boca pequeña y como mirando para otra parte mientras silban. El disparate del Pacto del Tinell, excluyendo para siempre de la democracia a los demócratas que no fueran de los suyos, salvo que sean separatistas, fue una salvajada antidemocrática, de difícil olvido cuando se arguye que los otros no pactan nada, por ejemplo a propósito de quién rompió el consenso antiterrorista. Pretender que sólo fue una cuestión de desconfianza el ensañamiento en principio frívolo —tuviera quien tuviera sólo más razón— para quemar en la hoguera al doctor Montes sigue siendo un error después de que la Justicia se haya pronunciado. No buscar unos y otros un encuentro a propósito de la enseñanza, de la igualdad o del aborto es una cerrazón mutua.... ¿Cómo pretender, entonces, que los decepcionados que decidirán en la balanza electoral (hoy contamos que pueden sumar hasta dos millones de votantes) los tomen en serio?
Resulta estratégicamente contradictorio, o por lo menos paradójico, el empecinamiento de unos y otros en aferrarse a sus muchas obsesiones, cuando menos discutibles, mientras que están dispuestos a comprar por poco más que un plato de lentejas —casi nunca mejor dicho— la primogenitura. Hay quien todavía no se ha dado cuenta: ellos también son de barro. ¡Y cómo!
¡Y cuánto!
Publicado en la Clave Revista.

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